Por J.S.
En ocasiones, me he encontrado
haciendo chipa que, a menudo, cocinaba con mi abuelo, reproduciendo lo que él
me enseñó.
Mi abuelo ya no está físicamente,
pero se presenta en mi vida con frecuencia. En un principio, me afligía o me
parecía insólito, pero con el paso del tiempo y la continuidad se me ha ido
convirtiendo en una forma de entender la muerte. Como dijo el escritor venezolano
Julio Túpac Cabello: “No importa lo que de la muerte podamos prefigurarnos o
no, lo que científicamente se conozca o desconozca, la muerte ocurre”
Gente fundamental en nuestra
vida, amada y entrañable se va físicamente para siempre, y ese dolor que nos
mueve de arriba abajo, a todos nos atropella. Y nadie te cuenta, como parte
natural de la vida, que eso ocurrirá.
He sabido, como la mayoría, sobre
anécdotas de personas que han tenido experiencias con personas cercanas o
desconocidas y que se comunican con ellas estando fallecidas.
Algunas de estas experiencias nos
parecen cuestionables, pero otras resultan irrefutables, por la naturaleza de
su relato.
Esto sucede con Elizabeth Baralt,
quien ha escrito el libro “Amar más allá de la vida: carta a mi hijo, quien
murió para enseñarme a vivir”. En él Elizabeth cuenta que antes de morir, y
luego de una crisis asmática que lo mantuvo al borde de la muerte, su hijo
mayor le confesó que había estado en un lugar muy bello, tan bello del que no
quería regresar. Un tiempo después, luego de otro ataque de asma, la muerte se
lo llevó y le envió un mensaje a su hermano menor, por otros medios.
Estas son experiencias muy fuera
de este mundo para las que tenemos muy pocas herramientas para cuestionar o
pensar que en realidad no sucedió.
Pero a mí, no me suceden cosas
así, no tengo poderes ni él me transmite cosas en lenguajes inesperados.
Mi abuelo, simplemente, está
allí, acompañándome, y yo, simplemente, lo noto.
Me viene a la cabeza y hablo con
él, porque algo cotidiano me lo recuerda, porque me enseñó algo y al volverlo a
hacer los reproduzco. Él no se fue de mí, se fue de la vida, y eso por momentos
me genera una profunda e infinita tristeza. O a veces, como les sucede a
muchos, se me olvida que ha muerto. Es triste, pero la del olvido soy yo.
Hasta que se transforma en la
ausencia más presente en mi vida.
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