martes, 25 de octubre de 2022

Mi relación con la muerte.

 


Por J.S.

En ocasiones, me he encontrado haciendo chipa que, a menudo, cocinaba con mi abuelo, reproduciendo lo que él me enseñó.

Mi abuelo ya no está físicamente, pero se presenta en mi vida con frecuencia. En un principio, me afligía o me parecía insólito, pero con el paso del tiempo y la continuidad se me ha ido convirtiendo en una forma de entender la muerte. Como dijo el escritor venezolano Julio Túpac Cabello: “No importa lo que de la muerte podamos prefigurarnos o no, lo que científicamente se conozca o desconozca, la muerte ocurre”

Gente fundamental en nuestra vida, amada y entrañable se va físicamente para siempre, y ese dolor que nos mueve de arriba abajo, a todos nos atropella. Y nadie te cuenta, como parte natural de la vida, que eso ocurrirá.

He sabido, como la mayoría, sobre anécdotas de personas que han tenido experiencias con personas cercanas o desconocidas y que se comunican con ellas estando fallecidas.

Algunas de estas experiencias nos parecen cuestionables, pero otras resultan irrefutables, por la naturaleza de su relato.

Esto sucede con Elizabeth Baralt, quien ha escrito el libro “Amar más allá de la vida: carta a mi hijo, quien murió para enseñarme a vivir”. En él Elizabeth cuenta que antes de morir, y luego de una crisis asmática que lo mantuvo al borde de la muerte, su hijo mayor le confesó que había estado en un lugar muy bello, tan bello del que no quería regresar. Un tiempo después, luego de otro ataque de asma, la muerte se lo llevó y le envió un mensaje a su hermano menor, por otros medios.

Estas son experiencias muy fuera de este mundo para las que tenemos muy pocas herramientas para cuestionar o pensar que en realidad no sucedió.

Pero a mí, no me suceden cosas así, no tengo poderes ni él me transmite cosas en lenguajes inesperados.

Mi abuelo, simplemente, está allí, acompañándome, y yo, simplemente, lo noto.

Me viene a la cabeza y hablo con él, porque algo cotidiano me lo recuerda, porque me enseñó algo y al volverlo a hacer los reproduzco. Él no se fue de mí, se fue de la vida, y eso por momentos me genera una profunda e infinita tristeza. O a veces, como les sucede a muchos, se me olvida que ha muerto. Es triste, pero la del olvido soy yo.

Hasta que se transforma en la ausencia más presente en mi vida.




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